jueves, enero 18, 2007

Cerca de Dios


Siete cuadras andando tras aquella chica, siete cuadras escondiéndome entre postes y tiendas, y cuando se detenía cogía el periódico y me lo ponía en toda la cara, subía un poco la mirada para confirmar que ella aun estaba ahí, y cuando reanudaba su paso yo la imitaba, con mi corazón palpitando rápidamente. La conocí en una conferencia de Literatura, mientras el señor que escribía en la pizarra nos trataba de hacer entender que la Literatura era el arte de contar la vida, sea esta imaginaria o real, yo miraba delicadamente sus cabellos negros lisos, sus ojos suaves y pardos, su piel blanca azucarada y sobre todo sus senos, hermosos y pequeños, coquetos y juguetones. Termino la conferencia y lo único que había escrito en mi cuaderno eran garabatos sin sentido, lo cerré y cuando alcé la vista ya no estaba en su sitio. Decir que corría es poco, mis ojos parecían que estuvieran a punto de salirse pues miraba para todos lados, en todas las direcciones, buscándola hasta en los papeles publicitarios pegados en las paredes. Pasaron quince minutos para que yo comenzara a perder las esperanzas y abatido, decepcionado y sobre todo triste, comencé a caminar hacia el paradero para tomar un carro hasta mi casa. Hay días que pienso que las coincidencias son un invento humano, pero ese día en especial supe que aquello no podía ser coincidencia, menos suerte, tenia que ser algo mas profundo, tenia que ser el destino, y era eso lo que yo quería creer. Porque solo el destino podía haberla mandado a tomar el mismo carro que yo. La vi parada, con una mano en la barra de metal fría de arriba, y la otra en la barra de metal fría del asiento. Su mirada atravesaba la ventana y se dirigía a la calle, pero sus ojos iban a otro lado, a otra dimensión, brillaban como nunca vi brillar unos ojos, y cuando la vi lagrimear, por una basurita que se le metió, supe que incluso triste siempre estaría hermosa, incluso con los años seguirá hermosa, e incluso cuando le llegue la hora de morir seguirá viéndose hermosa. Me pregunte si amarga se vería tan hermosa, y fue obvia la respuesta que me di, claro que si. ¿Acaso había encontrado la belleza absoluta en aquella mujer? Estuve tentado a responderme que si, pero decidí no dar conclusiones adelantadas, aunque tenia el presentimiento que tenia razón. Dejo de mirar hacia fuera y saco un par de monedas, se las dio al cobrador y le dijo que bajaba en Sucre, y yo, sin pensarlo dos veces, la imite. En ese momento giro un poco su cabeza y aquellos dos hermosos ojos se posaron sobre los míos. Quizás haya sido solo un segundo, pero yo sentí que hubiera pasado toda una vida en ese momento, incluso por mi cabeza paso la imagen de ella vestida de blanco en el altar al lado mío. Pensé que me estaba volviendo loco, quise pensar que loco de amor, pues si por algo vale volverse loco es por amor. Ella bajo y comenzó a caminar de frente, mientras yo aparentaba sumergirme en la lectura de algunos titulares en un puesto de periódicos. Me di cuenta que tenia una forma de caminar provocadora, movía las caderas como si de eso dependiera el equilibrio del universo, y su trasero lo levantaba como si fuera una colita. Era un cuerpo hermoso y me atrevería a decir que perfecto, para mi era un ángel caído del cielo, una alucinación, un espejismo. Comencé a seguir sus pasos, creo que fueran siete cuadras en total, cuando de un momento a otro la vi entrar a una casa grande y con aspecto antiguo. Dude en entrar, pero el recuerdo de sus ojos me animo, primero toque y al ver que no habrían ose entrar sin permiso, y lo que vi fue algo parecido al cielo; ángeles por todos lados y casi desnudos. Era el paraíso en la tierra, lleno de belleza y juventud, un lugar donde se daba y recibía amor, un lugar donde el amor tiene precio, ¿todo cielo tiene su precio no? Y avanzando la vi, pero ya no traía la chaqueta marrón, ni su polo blanco y pegado, ni la minifalda negra y muy pequeña. Ahora solo llevaba un polo verde y una tanga blanca, viéndola así no había duda que era ella la reina de aquel paraíso. Me acerque a ella y la tome de la mano, acercándome dulcemente a su oído le susurre que estaba enamorada de ella, y que no había precio inalcanzable para mi amor. Ella no dijo nada, solo me miro, me sonrió, tomo mi mano y me dijo que con ella encontraría a dios, y yo, como un niño pequeño, le creí.

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