martes, setiembre 18, 2007

Circulo Frustrado

En sus labios estaba aún su sabor a durazno. Su piel era tan suave como la recordaba y sus gemidos breves. Después de hacerle el amor por tercera vez, y al verla agotada, le pregunté si deseaba que le preparara una manzanilla caliente para que duerma tranquila y respondió que sí. Mientras me tambaleaba en la oscuridad (no quise prender las luces nosé porqué) sentía la fuerte brisa de invierno recorrer mis músculos y cortarlos. Sin querer, mientras preparaba la manzanilla, se derramó un poco de líquido sobre mis manos e hizo que gimiera fuertemente por el dolor. Cuando volví al cuarto ella seguía desnuda sobre la cama y sin arroparse. Le dije que se iba a resfriar y ella respondió que solo mis brazos podían abrigarla y yo, atontado, le dije que eso era poesía y que el poeta era yo. Ella solo sonrió y con un gesto suave me hizo entender que le diera el vaso de manzanilla y, mientras se lo daba, le comenté que me había quemado la mano. Esbozando una sonrisa dulce dejó el vaso de manzanilla a un lado y con una ternura, que jamás me había hecho sentir, beso mi mano derecha, la que estaba aún roja, varias veces. Yo la miraba y solo podía sentir que si acaso ese momento no era la expresión inequívoca del verdadero amor, entonces nada lo sería, pero el amor es más que eso. Lentamente aparté sus labios de mi mano y los puse junto a los míos para darle un beso suave. Al terminar el beso ella volvió a coger su vaso de manzanilla y le dio un par de pequeños sorbos mientras yo le besaba los senos con esmero. A ella parecía excitarle bastante que yo jugara con sus senos mientras ella, como una princesa o una señora feudal, bebía su líquido sagrado. Cuando hubo terminado el vaso mis labios ya no se encontraban en sus senos, sino en su sexo por lo que al intentar colocar el vaso sobre la mesita de noche, que estaba a lado derecho de la cama, se le cayó. Con suavidad sus manos acariciaban mis cabellos mientras mi lengua hacía una labor prodigiosa (y eso lo podía adivinar por sus gemidos y susurros animándome a seguir por toda la eternidad) y yo disfrutaba, enormemente, el sabor del jugo que salía de su entrepierna. Paré cuando supe, aunque no me lo dijera, que mi lengua le era insuficiente y que requería mi sexo para poder llevarla al cielo de los placeres. No tuve que decir nada, a penas me detuve ella acomodó sus piernas de tal manera que me daban una visión total de su sexo y que, pensándolo bien, parecían el camino hacia la gloria, un camino digno de un rey o de un dios. La hice gozar tanto o más de lo que ella esperaba (sus temblores constantes me lo dijeron) y cuando ya no pude contenerme más me vine dentro. Ella no se inmutó ni se ofendió por haberme tomado el atrevimiento sin habérselo consultado, no, Anahí sonreía tan feliz que entendí que, sin querer, ella esperaba que sucediera así. Era la cuarta vez que le hacía el amor y sin haber tenido un descanso de más de cinco minutos: estaba agotado. Cautelosamente posé mi cabeza sobre sus senos y cerré mis ojos lentamente. Con los ojos cerrados y las manos en sus piernas podía sentir como sus dedos acariciaban mi rostro mientras tarareaba una canción de hace mi años, esos años donde ella aún me amaba. Escuchándola no pude evitar sentir que era en vano luchar contra el torrente de lágrimas que pugnaban por ser liberadas, sin importarles, que al hacerlo, terminarían por destruir el poco orgullo que me quedaba. Como si en realidad no le interesara me dijo que no debía llorar, que no servía de nada lamentar. Yo no dije nada pero por dentro le dije, es que yo te sigo amando. Pero era en vano decirlo o pensarlo porqué yo sabía que a ella esto no le importaba lo más mínimo y que si hoy, en estos momentos, estaba en mi cama era porqué buscaba aquel placer que nadie más podía darle. ¿Porque ningún otro hombre o mujer podía hacerla gozar como yo, con mis tristes artes, lo hacía? Creo que resulta obvio. Yo era el único que la amaba con tal intensidad. Y ella lo sabía y, ella, se aprovechaba de eso. Anahí sabía muy bien que el perfume de su piel estaba impregnado en cada pared de mi habitación, en mis sábanas, en mi ropero, en mi almohada. Anahí sabía que el sabor de sus labios era como un elixir mortal al que no podía negarle nada, incluso, si esos labios hubieran reclamado mi vida en ofrenda a su belleza, no me hubiera negado. Ella lo sabía y se divertía, ella lo sabía y cada vez que se sentía satisfecha huía, dejándome a mí con el recuerdo de noches en donde yo le hacía el amor a un fantasma del pasado. Y cuando necesitaba sentir de nuevo, ella, el calor unos brazos enamorados o los versos de un poeta frustrado de amor, ella volvía. Y otra vez le volvía a preparar un vaso de manzanilla, y otra vez me quemaba la mano (ah y el corazón), y otra vez al volver al cuarto la veía desnuda (tan bella), y otra vez volvía a llorar como un niño que no puede hacer más que lamentarse.

2 comentarios:

Manongo Blue dijo...

ok hoy no dormiré....

Artesanías y Arte dijo...

hola!! Muchas Gracias por la visita, estoy de acuerdo contigo según tu entrada. Estamos igual

Un saludo