Helí sudando

Hoy he visto a Helí cansado y sudando, no sé si de frío o de temor, quizás solo sea de aburrimiento, pero sudaba. Cierra los ojos y espera calmarse, dejar que las pulsaciones comiencen a disminuir, que el corazón disminuya sus latidos poco a poco, pero le intriga saber por qué, ¿Hay un motivo para todo esto? No lo sabe. Caminar por las noches lo distrae por unas horas. Ver la luna en todo su esplendor, queriendo igualarse a una poesía mitológica, es un acontecimiento inigualable. Sentir el aire golpeando tu piel, saborear el salado quiebre, gozar su violencia pacífica. O el mar, con su profundo misterio, ver la oscuridad que protege secretos y cuerpos escondidos de todo y para todos, eternamente para siempre: Si hay un lugar donde nunca puedan encontrarnos es ahí. ¡Huyamos hacia el mar! Que el mundo se nos acaba, menos el mar. Y Helí comienza a sentir de nuevo su sudor y recuerda, ya que pensaba en el mar, que sus ojos parecen un mar pequeño (si es que existe algo así), un mar de color tierra e infértil, llenos de tristeza y desazón. Lleno y vacío. Helí también nota que el sudor sobre su piel le provoca espasmos, ve un color azul verdoso sobre él y piensa, mientras se horroriza, que parece que se hubiera oxidado y quizás sea cierto, quizás su corazón se refleje en su piel, y así toda su putrefacción se reflejaría, menos ella. Entonces piensa que si se ve también se huele. Sería algo natural y, digamos, de consecuencia. Todo lo que se pudre tiene mal aspecto y, ¿causalidad?, mal olor. Entonces no valdría la pena ya bañarse, ni echarse perfume, ni usar desodorante, ni jugar con el jabón y bailar con el champú. Sería más apropiado tirar al tacho de basura el cepillo de dientes, olvidarme del miserable ropero y andar en pelotas, como vinimos al mundo. Porque, ¿para qué vestirse? Lo que sucio está o podrido o decadente o lo que sea, es imposible esconderlo, siempre sale a flote. De nada sirve huir de nuestra realidad, está demás intentar aparentar, para estas cosas es mejor resignarse, a menos que pudiéramos bañar nuestro corazón, jabonarlo con cariño, masajearle la cabecita y secarlo cuidadosamente para que no se haga daño. Pero sabemos que es imposible. Por eso, cree Helí, que su sudor le causa miedo. Al ser verdad todo esto significa que es una materia en descomposición, algo no muy diferente de cualquier materia fecal de cualquier lugar, parecido a un cuerpo muerto, algo aborrecible. ¿Ya para qué seguir escribiendo líneas y líneas? ¿Qué sentido tiene saber que te llamas Helí? Igual podrían decirte pedazo de mierda y no habría diferencia alguna. Pero descubres que aún puedes seguir sintiendo, aún puedes odiarte y aborrecerte y eso se convierte en una luz de esperanza porque te dice que aún no sucumbes a la transformación, aún te queda siquiera tu nombre y algunas letras más, y que con eso aún puedes jugar un poco al querer existir y ser algo que no de asco. Por eso Helí empieza a escribir desesperadamente unas últimas líneas, a modo de testamento, para que cuando ya no pueda siquiera haya quedado algo de él, siquiera un recuerdo en la mente de otros, una leve huella sobre la arena, o una estrella más en el cielo. Helí en sus últimas frases vuelve a recordarla y siente pena porque ya no le quedan palabras suficientes para inmortalizar su nombre, y ya casi agonizando siente que lo que realmente quisiera es que todo sea una pesadilla, que esté soñando y que cuando se despierte haya sudor, pero no verde ni azul.