jueves, julio 17, 2008
Desde el Cielo
Yo te había encontrado sumergida en uno de esos callejones que solo en Lima se pueden encontrar. Son callejones que parecieran situarse entre la frontera de la vida y la muerte, poblados de fantasmas y también de seres reales de la peor calaña: asesinos, violadores, drogadictos, etc; son callejones donde reina el hedor a putrefacción. Ahí te encontré, tirada sobre el mojado y sucio suelo, sentí pena al ver tus marchitados cabellos que antes, en esos tiempos, parecían encerrar la noche más estrellada. Rocé tu piel con mis dedos lentamente, estabas tan pálida que tuve miedo de confirmar mis peores temores y estuvieses muerta. Pero no lo estabas, te encontrabas muy fría sí, pero aún podía sentir tu frágil respiración. Te cargué y avancé hacia el paradero más cercano suavemente, tratando de no apartar la mirada de ese rostro que parecía desvanecerse cada segundo un poco más. Tenía miedo de perderte, de que otra vez huyera tu imagen y no volviera a saber de ti quién sabe cuantos años más. No me importaban los transeúntes, las luces del semáforo, ni los postes de luz. Recién cuando estuvimos en el taxi, sentí que los latidos de mi corazón disminuían su aceleración. En el departamento te quité la ropa, con delicadeza y un trapo mojado con agua caliente limpie tu cuerpo, con esa meticulosidad que se utilizaría para restaurar una pintura de Van Gogh. Cuando supe que estabas totalmente maculada te busqué un vestido modesto y, aunque me costo trabajo, te lo puse. Apagué la luz, no sin antes darte una última mirada llena de satisfacción por el trabajo que había hecho: me sentía un artista. Ahora solo quedaba esperar a que despertaras y ver salir de tus ahora tristes pupilas esa luz que antes te llenaba de vida y alegría. En realidad esperaba muchas cosas y otras no (pero hay cosas que no se pueden evitar haga lo que haga uno y solo podemos sentarnos a observar y dejar que suceda). Esperaba, por ejemplo, esa melodía que siempre ponías en el equipo cada mañana, o tus cabellos hundiéndose en mi boca cuando te disponías a darme un beso. Sentía que podía escuchar el sonido de tus pies descalzos al chocar con el suelo de madera e imaginarte otra vez flotando, llena de alas y plumas como si fueses un ángel. Sentía, también, que otra vez teníamos diecisiete años y que el mundo era perfecto, o por lo menos lo que respectaba a nosotros, porque afuera, más allá de nuestras ventanas bien adornadas o nuestros jardines exóticos, más allá, había gente que sentía el más crudo infierno en sus entrañas. Las horas, los minutos, el calendario, todo se esfumaba y solo quedaba tu perfume que se sumergía en cada célula de mi cuerpo. Tus largas faldas de antaño que en las mañanas eran un deleite para los ojos por su libertad de movimiento y que en las noches, cuando la oscuridad cubría nuestros cuerpos, se convertían en una aventura lleno de misterios por resolver y yo, yo, me sentía todo un Sherlock Holmes. Pero ya casi amanecía y el sonido de la puerta del cuarto donde dormías aún no se manifestaba. Yo fumaba mientras miraba ese cielo extraño, apagado, como despidiéndose, que iba intentando encenderse de manera forzosa sin lograrlo. Con mis dedos dibujaba tu silueta o tu nombre, de manera graciosa y lacónica. De tanto mirar fijamente a ese sol, que aunque gris aún trataba de mantenerse vigoroso, mis ojos comenzaron a lagrimear y a pesar de esto no quité la vista porque sentía que cada lágrima limpiaba mi alma de todo lo que esta ciudad me había contaminado. Y cuando el último cigarrillo que tenía estaba por consumirse en una última y desesperada bocanada, el sonido de tu puerta me dijo que habías despertado. Al principio no pude moverme, mi respiración pareció congelarse. ¿Qué pensarías? Sentí tu aliento cerca de mí, tus suaves dedos tocaron mi cuello y yo sentí como si el mundo de pronto se llenara de flores amarillas, azules, violetas, verdes, rojas, de todos los colores, los colores del arco iris que encerraban tus ojos. Me abrazaste, acercaste tu rostro hasta el mío y sentí tus labios, que eran como una suave garúa, sobre mis mejillas. Sonreíste, y yo quise imitarte pero no pude. Tú podías hacerlo, ¡tú no sabías nada!, no lo entendías aún, habías estado alejada mucho tiempo de la realidad. Me preguntaste si no estaba feliz y yo respondí que sí, con un gesto triste y lastimero. Susurraste a mi oído que todo volvería a ser como antes, que no volverías a desvanecerte como esa vez cuando aún creíamos que los sueños eran posibles de realizarse y que conoceríamos la felicidad. Solo callé, tomé tu mano y con dificultad te dije: “Cierra los ojos”. Obediente me abrazaste, cerraste los ojos, te echaste sobre mi regazo como un bebe que desea volver al vientre de su madre. Yo solo pude seguir con la mirada firme en las nubes, ¿que más podía hacer?, y mientras con mis manos acariciaba tus cabellos, tratando inútilmente de aferrarme a la vaga esperanza que ellos representaban, fui viendo como el cielo se iba tiñendo de rojo y como una furiosa lluvia de meteoritos, que parecía infinita, caía sobre Lima.
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3 comentarios:
bravo!! xD X)
aplauzos!!!
:D demasiado genial! igual que el coso de música que tienes en la barra esa de al lado!! las mejores canciones ever pues! :D
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