miércoles, octubre 29, 2008

Juicio Final

“Miren que viene entre las nubes,
y todos lo verán,
aun los que lo hirieron y llorarán por su muerte
todas las naciones de la tierra.
Sí, así será"

-Apocalipsis 1, versículo 7







1era Voz:

“Recuerdo los primeros días de Juan Granados, cuando se convirtió en un jovencito apuesto de mirada sonriente y con tan solo doce años. Alessandra, aquella bella mujer que fue su madre y prima mía, estaba tan orgullosa, se sentía tan afortunada por haber traído al mundo a un niño tan inteligente. Eran felices, no tenían cosas en abundancia pero si lo necesario para poder esbozar una sonrisa día a día. Ella era joven y por eso era que aun se podía encontrar en sus preciosos ojos una dosis increíble de frescura y vida. Su piel como la nieve, era pura, como su corazón. Pero entonces vino, como una fiera hambrienta, la oscuridad que consumió a cada persona de este pueblo y todo cambió. Pobre Juan Granados, pobre de su madre, decíamos. Fuimos viendo cómo se iban sumergiendo cada vez más en la pobreza, como la suciedad y el desamparo iban consumiendo hasta sus tripas. Realmente no nos apenaba lo más mínimo y ahora, ahora, decíamos pobre de nosotras intentando buscar en vano algún consuelo para nuestra desgracia.”


2da Voz:

“Juan Granados, hijo de la puta más barata de este pueblo. Sí, en eso se convirtió tu madre, otrora mujer de sexo tan puro como el agua bendita o la copa de donde bebe Dios. ¿Realmente nosotros somos los culpables de todo eso? Sí, tu venganza es justa y ahora que ya no está aquella muchachita que parecía ser la princesa de un lugar próspero y no de estas tierras infértiles, ahora que había muerto, puedes permitirte consumar tu venganza. Cada vez es más difícil seguir escribiendo en medio de sonidos de disparos y gritos de desesperación y llanto. No hay piedad para nosotros ni razón que ahora te detenga. En esta tierra en la cual ya casi no caía una gota de agua sobre ella, ahora bebe ríos de sangre y parece estar vengándose de nosotros, Juan Granados, absorbe con gran voracidad cada gota, se va poniendo cada vez más roja y pronto parecerá el mismo infierno, quemará cada uno de nuestros pasos y evaporará el poco aliento que nos queda. Envilecimos nuestras casas, nuestra mujeres, el dinero que ya de por sí es corrupto; incluso también los animales. Pero fue lo de tu madre lo peor, tirarla a la pobreza y luego forzarla a volverse una cualquiera para poder llevarte algo de comer. No fue la única, bien lo sabes. Talvez sin darte cuenta también estas cargando con la venganza de los otros que padecieron similar a ti. Este pueblo se ha convertido en una ciudad fantasma donde la muerte es como una peste que viene por todos nosotros con gran esmero y afán. Siento que estas últimas líneas están de más y al ver mi revolver, aquí a lado mío, pienso que quizás sea inútil alzarlo contra ti, y que talvez lo mejor sea solo ponerlo contra mi sien y jalar el gatillo. Sino quedo solo yo, quedaran un par más que deben estar sintiendo la misma agonía. No les deseo suerte, pues de nada les servirá. Solo espero que encuentren la manera más rápida y menos dolorosa de morir”



3era Voz:

“Ahora que lo pienso, los días de la infancia de Juan Granados (aquel niño de sonrisa fresca, mirada rebosante de júbilo, curiosidad sin límites y lleno de miles de preguntas sobre su padre, hombre que fue pariente lejano mío) fueron uno de las mejores épocas que vivimos. Vivíamos tranquilos, sin ambiciones, nos regocijábamos con las sonrisas de nuestros niños, el beso cálido de nuestras mujeres y no necesitábamos nada más. ¿Cuándo fue que todo esto quedó de lado y nos comenzó a importar las diversiones más degradantes y la producción excesiva de dinero? Las personas poco a poco dejaron de ir asistiendo a las misas y cada vez había más concurrencia en los bares. Comenzaron a nacer los prostíbulos donde al inicio solo entraban algunas mujeres por el afán del sexo y conseguir más dinero, no por necesidad. Alguien puso hincapié sobre la propiedad privada y la importancia de los títulos, y entonces comenzaron las peleas por las tierras y más cosas. Los que no tenía padre, como tú Juan Granados, fueron los más desdichados. Tu pobre madre no pudo contra nuestra avaricia y termino sin tierra alguna donde vivir. Cuántas veces la vimos llena de harapos, arrastrándose contigo por estas sucias calles. Recuerdo que tú quisiste encontrar algún trabajo para poder alimentarla, pero nadie quiso darte oportunidad alguna porque tu madre, a pesar de todo, era una mujer hermosa cuyo rostro parecía reflejar la luna y sus ojos la noche. Muchos queríamos tenerla en nuestra cama, sumergida entre nuestras sábanas y probar aquel sexo que se rumoreaba tenía sabor a fruta silvestre. Impotencia, Juan Granados, la impotencia te llenó durante quince años y ahora por fin estabas liberando toda esa furia que habías ido acumulando. Habías sido como un león dormido y ahora tus garras estaban listas para destruirlo todo. Nada podría detenerte, ni tu mismo. Todos estamos sentenciados.”

4ta Voz:

“Sí que amabas a esa muchachita, Juan Granados. ¿Será talvez porque te recordaba la belleza de tu madre? O quizás era su mirada inocente, el par de perlas azules que llevaba debajo de la frente y que parecían encerrar nubes dentro de ellas. Te enamoraste y eso al inicio te dolió. Tu amor por ella no te permitía comenzar con tu venganza y quizás, imagino, muchas veces deseaste verla muerta. Pero ella siguió ahí y tú seguiste amándola, tocando siempre tu guitarra para ella, queriéndola en el más profundo silencio. Quizás ella también estaba enamorada de ti y talvez lo sospechaste, pero sabías que con el primer beso quedarías capturado por su majestuosidad y te olvidarías de cumplir tu venganza, de cumplir la promesa que hiciste frente a la tumba de tu madre. Ah, Juan Granados, ¿cuán doloroso era ese amor que sabías poder tener y no querer tenerlo? Aquella muchachita se había enamorado de tus arpegios y de los versos que le susurrabas a su balcón. No le importaba que fueses un asesino, no le importaba si el pueblo estaba putrefacto, a ella solo le interesaba escuchar tu voz, tus versos, tu melodía, tus ojos tristes. Desafortunadamente, para nosotros, ella murió temprano. Nunca se supo qué lo causó, talvez fue la desgracia de este pueblo que iba marchitándolo todo. Lo último puro que quedaba aquí, se había ido. Pobre de ti, pobre de tu corazón, pobre de nosotros. La lluvia de sangre venidera ya se podía vislumbrar y no podíamos hacer nada para impedirlo. Cuado me encuentres, estoy seguro, no importará siquiera los diez años de amistad que tuvimos los tres.”

5ta Voz:

“Ya no queda nadie más, Juan Granados, solo yo y los gritos que profieren tus víctimas que no se resignan a dejar este mundo. Imagino que esto será como una especie de duelo último, yo sacaré mi revolver, tú sacarás el tuyo, nos miraremos fijamente a los ojos y yo no podré sostenerte la mirada: me habrás matado sin la necesidad de hacer algún disparo. Sé que amaste mucho a María y sé también que eso no importará a la hora que pongas la última bala de tu pistola en mi frente. Pero me alegro que hayas esperado hasta que muriera para comenzar con todo esto. ¿Te imaginas si ella te hubiese tenido que ver disparándole fríamente a su padre? Se hubiera apenado mucho su frágil corazón, a pesar de que supiera que lo tenía merecido. Así que ahora ven, que solo quedamos nosotros. Ven que te espero y sé que tu imagen será tan grandiosa como la de la muerte. Lo único que realmente me entristece es saber que Daniela estará en un lugar distinto al mío. Ella estará, tu también lo sabes, en un lugar al que nosotros jamás podremos acceder.”

6ta Voz:

“Juan Granados, hijo de la puta más barata de este pueblo, yo te veo dentro de esta bola de cristal, bajo la luna, en medio de un círculo de hombres con sus armas en las manos y tu ahí, tan tranquilo, fumando pacientemente tu cigarrillo como si el tiempo fuese lo menos importante. Y yo te veo disparar sin cesar tu revolver, sin fallar sobre ninguno de tus blancos y sobre ti, ningún rasguño. ¡Tú, Juan Granados, no caes por nada, eres como una montaña temeraria e impenetrable, y a pesar de este sabor amargo en la boca, sé que no puedo culparte, ni nadie de este lugar maldito! Solo nos queda rezar por alguna misericordia divina (que talvez ni merezcamos), porque tú no la tendrás con nosotros. Solo nos queda esperar que ese fuego que llevas en la mirada venga y nos consuma por completo. Será, talvez, una forma de purificarnos y redimir, si es que es posible, todos nuestros pecados.”

***

Lejos del pueblo se adivina una imagen pequeña, pero temeraria. Sus pasos suenan sobre la tierra como relámpagos asesinos y el fuego de su cigarrillo parece encarnar una llama infinita. Se escucha al viento susurrar: "Juan Granados, ahí viene Juan Granados". El metal de su revolver no deja de brillar, su luz es tan intensa que va opacándolo todo. No hay escapatoria o misericordia, el juicio final, la venganza de aquel hombre, está cerca. Las luces de las casas se van apagando una a una, la media noche se deja sentir: comienza a reinar un silencio terrible y mortal. Juan Granados da algunos pasos más, saca su revolver de su funda con desdén: en su rostro no se forma gesto alguno, no hay signo de felicidad o tristeza, solo sus ojos parecen reflejar esa desazón inconmensurable que lleva impregnada en el alma. Entonces, después de mirar la luna, recordar el rostro de su madre, su tumba y el olor a flores que tenían sus cabellos, ahora marchitos, solo entonces, suena el primer disparo.

2 comentarios:

Manongo Blue dijo...

me gusto la redaccion
aunq creo q da para algo mas largo

[_kara_] dijo...

ala Heli cuando leiste esto en el parque no sabía si clavarte un árbol en el estómago o meterte en la gruta con Santa Rosa de Lima xD Si pos, está bueno,sólo es cuestión de diferenciar las voces. =D