Sé que a la mayoría no le gusta leer cosas largas en un blog, pero estos dias solo he hecho cuentos, por eso subiré este ultimo que he hecho, es algo largo y lo dejaré un tiempito... la poesía estos días se la estoy mandando a una chica en trozitos pequeños de cartón hamilton de sol U_U.
Ciudad amarilla
A una hermosa y dulce bestia mitológica,
mi padre,
porque en realidad el mundo es esto
Es absurdo, cariño, es absurdo que creamos que realmente sabemos de que se trata sufrir exactamente, cuando caminando podemos ver viejitos locos acostados sobre el piso, verdes y sucios con la ropa raída y el rostro carcomido, echados como si estuviesen adheridos a este, como si fuesen plantitas cobrizas y secas que crecen en el asfalto siempre tratando de inclinarse para la izquierda, para ese lado donde sobra el aire y cae el rocío y el sol alumbra mejor, ese espacio donde no graniza ni el viento es gris y con garras afiladas, y además que jamás llueve, ni siquiera un poquito como si fuese un leve sollozo, nada, nunca nada… es absurdo y lo peor es que parecemos estar tan alejados, tú bien sabes las innumerables veces que he tratado de tocarlos, de rozar su precario lomo como si fuese a arrullarlos y cantarles alguna canción de cuna, pero hay algo en medio, como una pared ancha e invisible, un hueco insondable, un abismo que se deja adivinar pero no ver, hay un precipicio, un miedo atroz. Y no se puede, es imposible al fin, mis dedos no llegan siquiera a rozarlos, miro sus pies color ceniza y las imagino como raíces antiguas, oxidadas, olvidadas, todo su cuerpo en realidad es ceniza, y yo imagino que si llegara a tocarlo (y quizás esa es la razón por la que no puedo) se desvanecería en el aire, dividiéndose en miles de granitos de polvo que se perderían en la atmosfera de esta ciudad… sí, y ya dejemos de decir que nosotros sabemos exactamente lo que es sufrir porque ni siquiera lo sospechamos, ni tantito, los dos tenemos calzados y andamos sobre nuestras medias que huelen a sudor pero no a tristeza, a desosiego, a abandono, a caída infinita. Imagínate, siete litros de agua embotellada, tres litros de gaseosa, una escoba, varios libros, un ordenador, ropa tirada sin lavar, sabanas enteras apestando a sexo y a preservativo de grandes boticas transnacionales… me hace reír todo esto, porqué no intentas, dime, sé sincera, porque no intentas agarrar a uno de esos seres que parecen camuflarse tan bien cuando cae la noche y lo traes a tu cama y le haces el amor y lo besas y lames todo su cuerpo, todas sus llagas, todo su sexo infértil, sí, infértil y carente de la gota más mínima de semen. Tú que mencionas tanto la piedrita en el zapato, el rocoto en el ano, la astillita en el fémur, la gotera en el pecho, ahí a ladito del corazón, tú que de niña te caíste decenas de veces la escalera y te rompiste el himen mientras una vez jugabas sobre un columpio y la velocidad fue tanta y tus frágiles dedos tan inútiles que no pudiste sostenerte y saliste volando como una mariposa que va a estrellarse contra una pared de llamas, chocaste contra el piso y comprendiste que la virginidad realmente no te la quita un hombre, sino la vida, esta que nos jode y nos cuchichea tantas groserías, tantas mentadas de madre y se burla de nosotros impunemente. Ves, amor, ¿lo sigues sin entender? Ni siquiera imaginándonos judíos en medio de plena Alemania nazi podríamos entender algo de esto… o quizás sí, talvez me equivoque pero habría que retroceder el tiempo y nacer de nuevo para que podamos averiguarlo, en cambio esto lo tenemos ahora, tan cerca, tan lejos, tan cerca... Por eso es que te menciono mi corazón atrapado en medio de una tormenta en un vaso de agua, yo te digo, duele mucho llevar la máscara, veinte y un años encima, un par de ojos totalmente blancos, ciegos, una mano encallecida, unos porros en el bolsillo derecho, tres pedazos de papel manchados con letras azules y una historia absurda que no comprende nada… transcendencia, querida, transcendencia, que la tinta no se desparrame como si fuese leche negra que se derrama sobre el papel y lo pinta. Mira la noche, es oscura, es brillante, tiene una luna que pareciera resumir los sueños de cada hombre que pisa esta tierra, de cada mujer que ovula mensualmente, si nosotros (los dos, porque yo soy tan culpable como tú, tan cómplice)… si pusiéramos siquiera un pedazo de pan, un depósito pequeño lleno de leche, y dejárselos ahí y esperar como si fuesen gatitos que se levanten sobre sus entumecidas patitas a beber con esa lengua que les cuelga extrañamente… Alejandra, yo no sé de qué te culpo, yo no sé si no es que solo te utilizo para reprocharme a mi mismo, para que así duela menos, como si tu nombre y tu existencia fuesen una especie de filtro mágico que desmenuza la ira con la que digo estas palabras y así llegue a mí y golpee mi cabeza como si fuese una pequeña piedra de algodón. Cuantas veces escuché decir al viejo cosas parecidas, a madre explicarme que hay cosas donde los medicamentos no sirven, el viejo, tú sabes cuanto lo adoraba, sus cabellos canosos, su rostro de vikingo encendido, su porte de caballo fino, pura sangre. Qué indio el viejo, qué ganas de cargar sobre su pecho siempre la bandera roja, el manifiesto entre cada uno de sus dedos y muy adentro de su laringe, como si lo guardara en su pecho donde había un cofrecito con una combinación que solo él sabía y que abría a veces, cuando las voces se apagaban y el trueno que yacía en sus ojos no soportaba más el encierro, entonces abría el cofrecito y su voz no entraba por los oídos sino que uno sentía que nacía desde el estómago, como una corriente ardiente, y subía lentamente hasta llegarte al mismo corazón. Qué increíble era el viejo, tú también lo decías, lo admirabas desde nuestro rinconcito, silenciosa como un animalito embobado, y yo decía que algún día yo también, algún día cuando su sombra ya no me acariciara más por las noches antes de irme a dormir ni pisara más el suelo de esta sucia Lima, yo me subiría en la carreta de fuego y recorrería su senda. Pero ya vez, estoy seguro que ahora sí entiendes porque es como si me clavasen un puñal en el pecho cuando veo a esos viejitos sobre el suelo, me es agrio imaginar que en realidad uno jamás nace ni muere, que uno de esos que está ahí podría ser él que tomó un camino nefasto y terminó así, abandonado, como si fuese un costal de huesos inútil que espera ansioso el día en que el suelo y él se conviertan en una misma masa. Y que pasó contigo, jamás me lo contaste, ni me dejaste sospecharlo… ya vamos seis años seguidos copulando como conejitos, dejando nuestra marca en casi todos los hoteles de aquí, seis años, Alejandra… antes en ti también habían rastros de indio de cordillera, de fiera indomable, de torero invencible. Por eso el viejo te quería tanto, aunque madre un poco menos porque las mujeres siempre saben más de lo que ellas mismas creen o entienden, y cómo te abrazaba, cómo te decía que tus lindos pies sobre el arenal seco parecía hacer nacer miles de flores azules y amarillas, y tu sonreías inocentemente, creyéndolo todo, sintiéndote primavera, tú la niña de la lámpara azul que iluminaba los prados haciendo que el otoño pareciera un cuadro viejo y olvidado… ahora míranos, mírate tú, atrévete a posar tus pupilas sobre el espejo, no es que esté sucio el vidrio, lo sabes. Un día el viejo vino y dijo (eso hace dos años ya) que necesitaba miles de manos, quería tanto tener dedos infinitos que tu ingenuamente, porque te gustaba tanto cumplir las cosas extrañas que a veces él se traía, le propusiste pintarle sobre una cartulina enorme una mano con dedos incontables; así lo hiciste y cuando lo terminaste, y él pudo verlo, pareció encogerse y convertirse en un niño pequeño, al mismo tiempo que su mente regresaba a su tierra, a esos tiempos donde su madre aún vivía y le acariciaba sus infantes cabellos. Él no entendía que no eran manos lo que faltaba, sino corazones, porque la gente de esta ciudad parecía cargar en su pechos piedras negras y atroces…el clima, la humedad, el calor, no tengo idea que es lo que causa que los corazones se transformen en eso, por eso es que siempre trato de nunca palpar esa parte, no quiero saber, no quiero confirmar, que yo también… ¿te imaginas? El viejo sollozaría dentro de su propia tumba, sobre esa pequeña tierrita donde está acostado. En fin, esos últimos días, antes de que la tristeza terminara por arrebatarle todo el poco oxígeno que le quedaba para seguir respirando, nos miró a los dos, con sus ojos pequeños apagados y arenosos, casi como llorando pero sin poder hacerlo, nos heredó los oasis desiertos, los basurales interminables, el egoísmo voraz de los seres humanos, de esas ratas que se mordían la cola unos a otros para robarse la comida en vez de compartirla… nosotros no supimos qué decir, solo le dimos una sonrisa inconsistente, esperando que su vejez nos ayudara a convencerlo y que no entreviera esa desazón y desesperanza y acidez que el tiempo nos había contagiado…y ahora, ya un año desde esa vez, ya no éramos siquiera, no, ya ni un poquito siquiera.
Alejandra, el plato de sopa fría, el último cerillo de fósforo que se apaga sin llegar a prender la estufa y que nos quema la punta del dedo… a veces nos sueño otra vez, con los zapatos sucios, la cara empolvada, armando las casitas de paja, luego después casitas de cemento y ladrillo, las tuberías, el agua, la luz, las carreteras, todo eso… no me cubras más, que no sirve, este frío no viene de afuera de las ventanas, no está en las paredes del cuarto, está aquí dentro de mis poros, en mis pulmones, en mi hígado, mi vientre. Ya es de noche, para mí ya lo es, no interesa que el estupido reloj marque el medio día, aunque si las noches siguen tan largas mamá va a preocuparse… llámala, dile que siempre tenemos las luces prendidas, cuéntale que el viejo a veces pareciera que se aparece y se sienta en el rincón a lado de nuestra cama… pobrecita, cuanto debe extrañarlo, cuanta nostalgia le debe provocar no escuchar su ronquito en las madrugadas…pobre viejo, si él supiera, si él viera ahora que todo esta peor… felizmente está recostado en su mecedora, él no sabe nada, no le llega el periódico, debe estar sumergido en un sueño eterno, exacto, como si leyera una novela que jamás acaba.
martes, enero 20, 2009
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3 comentarios:
AL comienzo parecía Rayuela. Después se hizo cada vez más pequeño y terminó desapareciendo, brillando, en el pecho de un espectro que viene a saludarnos de vez en cuando.
Bien.
¡Saludos!
que carajo habla este tio XD
jaja ala shit.. tanto que hablar de tu pa" sabes en k palabra se resumiria el mio..
pnnnnnd..O JAJAJA XD
nostalgico pero bellisimo relato...me encanto tio...........................un abrazo
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