en domingo, llovía

hace unas horas ha estado lloviendo, es como si una niña pequeña hubiese estado llorando sobre nosotros, supongo que no todos tenemos pañuelos con que secarnos, ni tratamos de estar siempre con nuestras máscaras, supongo porque es lo único que puedo hacer, llueve en Lima, la noche se ha quitado su falda por unos momentos para embriagarnos con el licor de su cuerpo, estoy seguro que si me mirara el pecho desnudo frente al espejo los mil signos que hacen de mi lo que soy estarían borrados (es lo que sucede cuando llueve) y entonces sería todos y a la vez nadie, sería como una sombra, podría tirarme contra el asfalto, poner ahí mi oido, escuchar los leves latidos de una ciudad que nos soporta cada día, gemir tristemente, tristemente agrietarme como el suelo que pisamos, porque solo cuando llueve yo puedo sentirme tan unido a estas calles, a su ruido atroz, a su silencio oscuro, a las esquinas, los parques que nos miran, las paredes que parecen mirarnos... llueve sobre Lima, llueve sobre mis ojos y pareciera que yo también llorara, quizás todos los habitantes de esta ciudad nos sentimos así cada vez que pasa porque aquí no suele llover como no suele suceder milagro alguno, y amo la lluvia porque me recuerda mi fragilidad, mis pasos, la carga sobre mis hombros, también que me hace recordar que soy un ser que tiene oidos y dedos pequeños, que la gravedad es una gran tragedia, que la pluma cuando se usa para escribir sobre el papel es como las gotas cayendo y estrellándose... en noches como esta uno también podría pensar que el cielo se nos va a caer encima en cualquier momento o que sería tan fácil camuflarse entre los árboles y transformarse en uno de ellos, con ramas y hojas saliendo de nosotros.