domingo, marzo 08, 2009
Sucede que fumar un cigarrillo o más para gente como nosotros es como coger la pluma y estrellarla contra el papel eufóricamente con la esperanza de encontrar, dentro de toda esa tinta desparramada, alguna imagen de donde sostenernos. Y digo esto porque cada día se hace más difícil soportar las cosas, las paredes, los supermercados, los postes de luz, los grillos que cantan en la noche, mi sombra, el hueco de mis zapatos, la distancia de los tuyos. Cuando caminamos por las calles de Lima, en medio de la noche, el olor que emana del asfalto que pisamos nos recuerda a nuestros cuerpos sudorosos los fines de semana en verano, cuando despertamos después de una noche entera de hacer el amor como unos condenados (que es lo que somos, unos condenados que esperan desaparecer y erosionarse en medio de un orgasmo), hacer el amor querida, no es que seamos piedras pero podríamos serlo, podríamos ser pequeñas islas que se miran y están tan cerca pero sin poder tocarse, islas que soportan la lluvia ácida que les cae en la cabeza y no puede gritar porque son mudas, porque los labios no se dibujaron en ellas ni las manos y menos los pies para poder huir, porque eso somos en realidad, dos pequeñas islas (o dos pequeñas piedras) estancadas en un pedazo de espacio y tiempo metafísicos y eso duele, sentir que te están mirando a través de una pantalla o como si fueras un animal de zoológico apareándote y frente a ti estuviesen miles de niños con la cara boba preguntando a mamá o papá por la especie que observan y el acto misterioso que realizan, y no es que importe la desnudez (porque de las partes íntimas podemos estar orgullosos) sino los ojos que se clavan como puñales en la piel, esos ojos escrutadores que jamás se apartan (eso debe ser lo que muchos llaman Dios) y te queman y son como puñales, ya lo dije, pero también como una soga alrededor del cuello y amarrada a un árbol. Yo no creo que los demás entiendan y se pongan a fumar con nosotros mientras sentados frente a un árbol (que podría ser ése árbol) vemos caer las hojas porque es otoño y porque en otoño nos gusta tomarnos de la mano un poquito, ligeramente rozar los dedos como si nuestros cuerpos se estuviesen conociendo con miedo y cautela, mientras las hojas siguen cayendo y es como si lloviera y nos invitaran a bailar hasta que las ramas queden totalmente desnudas y entonces tu o yo digamos que en otoño a nosotros también se nos caen las hojas (nuestras hojas) y las prendas y las llaves y el monedero y todo lo que llevamos encima hasta quedar desnudos como en los fines de semana, como deben estar los cuerpos de nuestros difuntos padres, y lo más probable es que nos subamos al árbol para hacer el amor como es costumbre en estos meses mientras con algunos fósforos tratamos inútilmente de encenderlo. Después llegará invierno y haremos en la chimenea una pequeña fogata con todos los papeles que escribimos y cuyo destino siempre fue acabar en el fuego, porque escribir es una ceremonia y el último paso es arder, incluso querremos nosotros también tirarnos en las llamas (tu una vez me leíste un poema que decía algo parecido, lo recuerdo), pero seremos cobardes y no lo haremos, no haremos nada más que soportar otro día, otro mes, de nuevo vendrán las estaciones y seguiremos repitiendo lo mismo, tu dibujarás cada día sobre mi pecho ese árbol desnudo, yo dibujaré sobre el tuyo un par de colinas (con acuarela porque las tizas son para el suelo), y después cuando nos bañemos habrá debajo nuestro un mar de distintos colores que hará que durante tiempo evadamos todo espejo que nos aceche para así evitar ver lo que llevamos dentro, que debe ser una fruta gris y seca, una de esas que ni los gusanos se atreven a dar un bocado.
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1 comentario:
esta bien, pero te e leido mejores
:P !!!
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ves que si se puedeee !!!!
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