sábado, marzo 10, 2012

de pronto recordé que tenías los ojos negros,
tan negros como la noche que nos cubría allá arriba
- aunque en el fondo fueran dos noches distintas,
tú allá y yo acá, lo entiendes,
el gran cíclope tenía el mismo ojo y sin embargo,
no era lo mismo;
eran dos agujeros negros,
dos bocas de hiena insaciable,
los dos últimos eclipses que mis ojos quisieran ver
antes de cerrarse para siempre;
y así, totalmente ciego,
saber todavía que esta negrura de no ver nada
no sería nunca tan hermosa,
ni tan triste,
como la de tus ojos chinos,
jaladitos,
casi cerrados;
tú andarías por allá,
entre plazas y puentes,
galerías de arte,
parques con sabor a vino tinto;
y yo acá, siempre acá,
- de este lado de los que nunca se acuerdan,
de los grandes olvidados,
de los que no visitan enormes bibliotecas -
sumergiéndome en los arrabales,
danzando entre calles oscuras de esta ciudad
que es el lado del corazón que jamás mostramos,
de esta ciudad que es en el fondo tú y yo,
tú y yo cuando no asomábamos más allá de la década de vida
y creíamos que el amor era tan simple como tirar los dados
y decir: avanza siete espacios,
no se puede volver atrás,
pero para qué queremos volver si en la última casilla se halla la felicidad
- o eternidad, da lo mismo.

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