miércoles, junio 06, 2007

Venganzas

Para la que apellida Nieto y su
nombre es Eliam: la cachetona






Había guardado aquel cigarrillo de marihuana jamaiquina desde hace veinte años por si alguna vez lo necesitara. Trataba de recordar poco la vida de aquellos años, las mujeres que toqué y menos las personas que lastimé, lo único que sabía era que el cigarrillo estaba en mi escritorio y que no se había movido de ahí desde hace veinte años cuando lo coloqué la noche que decidí que no más. El momento que sabía que iba a llegar ya estaba aquí y nunca soñé, ni me esperancé, que la felicidad me durara para siempre, no. Ahora, con el cigarrillo entre los dedos, el problema era con que diablos prenderlo y recordé, y constaté que mi memoria ya no era tan buena, que el encendedor con el que siempre prendía los cigarrillos, y único con el que los prendía, también lo había escondido quién sabrá donde. Me levante de la silla, y comencé a buscar en mi pequeña biblioteca, entre esas pequeñas fisuras que dejaban los libros, y encontré, en vez del encendedor, una foto de Eliam joven, hermosa y radiante con aquel cabello enredado y artificialmente laceado tan suyo, y no pude evitar dejar salir unas cuantas lágrimas y desear, con más ansias, encontrar el encendedor rápidamente.






La primera vez que la besó fue en un parque cerca de Larcomar, a las ocho de la noche, y es casi imposible olvidar que un vendedor se les acerco para venderles una flor y ellos respondieron, al unísono, que eran hermanos. Cuando se alejó ellos rieron comentando las ideas que habrán pasado por el vendedor, la degenerada juventud de ahora que hasta entre hermanos se besan o el misio que no tiene ni para comprarle una rosa a su enamorada. No importaba, en esos momentos solo las ganas de seguir con el beso estaba presente y el viento frió y violento animaba estas ansias. Sus dedos se entrelazaban tímidamente, los cabellos de ella revoloteaban desordenados y la nariz colorada de él hacía que pensaran que parecía un perrito.

– ¿Terminaste la tarea de Matemáticas? – le preguntó sin apartar sus labios de los de ella.

– Obvio – respondió ella mientras lo miraba a los ojos orgullosa y tratando de adivinar el motivo de la pregunta.

Que bonita es Eliam, pensó él. El buzo azul con rayas blancas en los costados le quedaba tan bien, muy pegado pero no tan atrevido, lo suficiente para imaginar cosas que no debían decirse. El polo blanco tenía que ser, sin exagerar, de cuatro tallas menos porque aunque ella no las tenía grandes con ese polo hacía pensar que estaba con una estrella porno.

– ¿Por qué más crees? – le dijo él mientras la miraba con una cara de no seas tonta.

– Seguro otra vez no has hecho al tarea – dijo ella – Ya te he dicho que no me gusta que seas tan flojo.

– ¿Me la das o no? – pregunto esta vez sin sonreír mucho.

– Si, si – dijo ella sin mirarle a los ojos – sabes que nunca te niego nada.

Lo se, dijo con una sonrisa maliciosa mientras la tomaba con más fuerza de la mano y llevaba sus labios a los de ellas para darle un beso agresivo, que de pasión tenía bastante y de ternura poco, y al terminar comenzaron a caminar, sin estar de la mano, como dos buenos amigos, hacia la Arequipa para que tomarán el carro pues los padres de Eliam la regañaban si llegaba muy tarde.

– ¿Oye, este… esto significa que estamos no? – pregunto Eliam sin mirarle los ojos, con sus manos juntas y apretándolas suavemente.

Parece que sí, dijo Manuel.





Se veía tan bien en esa foto, como en esas épocas de vida loca universitaria, las clases hasta las nueve de la noche seguidas de un roncito en algún bar cercano a la Católica, las fiestas semanales hasta las cinco de la mañana en alguna discoteca, yo borracho, ella borracha tirados en la cama de algún hotelucho cercano esperando el amanecer, agotados de tanto hacer el amor. Eran tiempos distintos, tiempos en que uno aún era joven, veinte años cada uno, y quería probar de todo, saber de todo, estar en todo sin saber que después podía arrepentirme de todo, y lo hice. Era una historia demasiado larga como para recordarla ahí, parado frente a la pequeña biblioteca y mirando su foto, no. Para estas cosas era necesario un buen whisky escocés, que tanto le gustaban a Eliam, un buen habano cubano y el maldito encendedor. Era en vano ser tan exigente, la melancolía y el bombardeo de recuerdos en forma de films no dejaban de venir, era mejor, siquiera, sentarse en la silla, abrir una botella de whisky y fumarse un cigarro normal. Si, era mejor que soportar la nostalgia sin nada, que probar la sopa fría, el whisky y talvez con un poco de gaseosa para que se convirtieran en ron, como el ron de aquellas épocas, y degenerara todo al final en una borrachera con una resaca tremenda que el dolor de cabeza sería más fuerte que el del corazón. Sabía que era una ilusión pero estaba de más si me aferraba a ella o no pues igual no dejaría de salirme lágrimas de los ojos y de recordar, como si fuera ayer, el olor de sus cabellos negros azulados, sus ojos marrones cafés, su piel blanca como la luna, sus labios sabor a miel, su sonrisa coqueta, su firme carácter, que al principio era imposible saber que tenía, sus senos pequeños y coquetos, sus piernas anchas y sensuales, sus cachetes suaves.







– ¿Y compadre, la manoseaste siquiera? – le preguntó Camilo

– Tú que crees, huevón. – respondió Manuel con una de esas sonrisas pendejas – Si te contara todo ahorita mismo te me caes para atrás.

La profesora no dejaba conversar mucho, era mejor mandar papelitos tipo Chat detallando todo lo que no sucedió, salvo en la imaginación. Era la primera vez que estaba con una chica que todo el colegio calificaba como bonita y la gran sonrisa que se le dibujaba en el rostro no estaba de más, pero a pesar de esto desde ayer, desde que llego a su casa después de haberla dejado embarcada en su carro, se preguntaba si estaría bien así como sucedieron las cosas, si talvez Eliam había entendido las cosas de otra manera y porqué es que le costaba tanto no quedarse embobado ante sus ojos, su sonrisa y esos cachetes grandes y lindos que tenía.

– Manuel – dijo Eliam – ¿A ti te gusta hacer poemas no?

– ¿Quién te dijo eso? – preguntó sonrojado.

– Una de mis amigas – dijo sonriendo – Me dijo que hace un año tu le mandaste un poema declarándote y que era muy bonito.

– ¿Si? – dijo – Te ha mentido, ni siquiera se digno a responderme la carta

– Porque quería que tu le dijeras todo eso en persona – dijo ella – Es de hombres hacer eso ¿no?

Quien sabe, pensaba, en fin ya no importaba, ahora ellos dos estaban juntos y no había nada de que discutir.

– Es que… yo también quiero un poema, Manuel – dijo Eliam mientras lo agarraba del brazo y lo pegaba contra ella – Uno por cada mes que cumplamos.

Manuel no respondió y comenzó a caminar, ya era la hora de salida y mientras caminaba pensaba que desde aquél poema no había escrito otro más, un año entero sin escribir nada.

No sirven de nada, pensó.




Cuanto había cambiado desde chico, ya no leía libros, ya no cantaba a todo pulmón canciones alegres, ya no soñaba con una vida feliz. Todo ha sido por mi culpa, es bueno aclarar, porque mientras me tomo un vaso de whisky, rodeado por cuatro paredes de color verde, acompañado únicamente por mi escritorio, mi pequeña biblioteca, empolvada por su desuso, y la foto de Eliam, intento encontrar un Dios que me permita volver otra vez a aquellos tiempos y hacer tantas cosas que nunca realice y no hacer muchas cosas que hice. Cuando yo creí que llevándola a un altar vestida de blanco, con su ramo de flores y sus padres entregándomela, había logrado hacerla mía para siempre me equivoqué y, lo peor, es que ningún instante fue mía, en alma y corazón, salvo aquellos años tan lejanos que cada vez se me hace más difícil recordar. Eliam estudiaba Joyería y yo Literatura, ella iba a la Senati y yo a la Católica y mayormente nos veíamos en las noches cuando ella salía de clases y yo la recogía para llevarla a su casa en Chorrillos. Ella siempre me gustó como ninguna otra, ella siempre supo moverse en la dirección que yo quería, abrigarme las noches que más lo necesitaba y darme la mano sin que tuviera que pedírselo y yo, aunque suene duro decirlo, nunca le agradecí todo esto. Si en esa época hubiera sido un adolescente de nuevo no hubiese hecho nada de las cosas que le hice, no la hubiese engañado con cualquier mujer que se me ofreciera para ir a la cama, no le hubiera puesto una mano encima jamás y jamás le hubiera dicho tantas veces que era un perra. Eliam soporto dos años mi desprecio, mi amargura contra mi mismo, mis ganas de desquitarme con alguien y a pesar que yo sentía que estaba enamorado de ella no podía dejar de maltratarla. ¿Alguna vez han sentido eso? Es como golpearte a ti mismo, es como clavarte una daga en el corazón y estás tan acostumbrado a hacerte daño a ti mismo que no te das cuenta que el mayor daño se lo causas a esa persona que tu amas. Eran tiempos de drogas y alcohol desmesurados, en mi círculo de amigos no existía el respeto hacia la mujer y menos hacia una relación sentimental, Eliam era un objeto más de uso, de placer. Después de dos años ella me dijo que se iba a Estados Unidos a seguir su carrera y me confesó, también, que le era urgente alejarse de mí, que a pesar de todo me seguía amando pero no más, dijo ella, y cuando la vi partir en su avión, yo también dije no más. Desde aquel día deje las drogas y mis amigos, bote toda botella de whisky y solo guarde un cigarrillo de marihuana por si alguna vez, como ahora, llegaba a necesitarlo. La encontré diez años después caminando en la Arequipa, entre las cuadras 20 y 21, sola, no me importo saber como es que estaba allí, desde cuando ni porqué y lo único que sentí fue que debía acercarme, darle un beso y mostrarle que ya no era el fracasado que había conocido. La tomé de la cintura, la volteé y cuando iba a besarla, frené: sus ojos estaban llenos de lágrimas.



– ¿Cuándo vas a darme un poema? – preguntó Eliam con un rostro mezclado de enfado y engreimiento – Llevo medio año esperando uno y nada.

– Para cuando cumplamos un año te prometo uno – dijo Manuel – Así que si de verdad quieres tanto uno tendrás que esperar.

– Pero si de acá a medio año terminamos el colegio – dijo ella.

– ¿Mejor no? – dijo él – Así el poema vale como despedida de fin de año y como nuestro primer aniversario.

Estaban de la mano en la sala de la casa de Eliam esperando que su mamá traiga esos platos deliciosos que solo ella preparaba y que tanto disfrutaban, mientras miraban los padrinos mágicos.

– ¿Por qué me miras tanto las piernas, Manuel? – preguntó Eliam sonrojada.

– Porque son bonitas pues, tonta – dijo él – ya te he confesado que verlas me excita.

– No deberías pensar esas cosas – dijo ella

Pues si cachetona, solo tenemos quince años, pensó Manuel.




La llevé a un bar cerca a Shell que era donde yo vivía, ella me dijo que no quería entrar así que le dije que compraríamos algunos tragos y los tomaríamos en mi casa, lo cual ella accedió. Estaba llorando y verla así me destrozó el corazón, no pude besarla, no pude sonreír, no pude hacer nada más que decirle que vayamos a un bar o a mi casa a conversar. Subimos con los tragos, dos botellas de whisky y una gaseosa negra, y la llevé a mi cuarto para que se recostara mientras yo preparaba el ron. Desde la cocina podía escuchar como lloraba sin parar y sentía como mi corazón se arrugaba y se apretaba fuerte contra mi pecho, habían pasado diez años desde que no la veía y ahora la amaba más que antes, encontrarla así me destruía pues ella era alegre y soñadora, llena de vida y de sonrisas. Me acerque a ella ofreciéndole un vaso, lo cogió y lo dejo a un lado, se paró y sin pronunciar palabra alguna me besó, se comenzó a sacar la ropa y yo no supe que hacer pero su desesperación me dijo que más que un trago necesitaba amor, calor y caricias. Esa noche le hice el amor una vez más y fue como aquella primera vez con ella, donde sentí que las estrellas eran alcanzables. Aquella primera vez fue hace tanto tiempo y no supe entender que estaba enamorado de ella y tanto amor me dio miedo y me hizo huir. ¿Alguna vez han huido del amor? Si lo han hecho me entenderán, gente como yo que no esta acostumbrada a recibir amor cuando lo consigue, en grandes dosis, sufre pánico, aunque suene estúpido, es así. Cuando vi por primera vez el cuerpo desnudo de Eliam, sus senos pequeños eran muy blancos con unas tetillas rosadas, sus piernas de una textura lisa y perfumada y su rostro tan inocente como la noche. Esa noche estaba otra vez en mi cama, recordándome la primera vez que la hice mi mujer y que ella me hizo hombre, juré que nunca más la dejaría ir, que le daría todo lo que no supe darle, todo lo que ella merecía.



– Que bonitos son tus senos – dijo Manuel excitado.

Eliam estaba tan roja como un tomate, emocionada y aterrada, preguntándose que se debía hacer.

– ¿Te has dado cuenta que lo de abajo tiene pelitos? – dijo Eliam – Y eso que me he rasurado un poco.

Era cierto, pensó Manuel, que no podía apartar su vista de los senos de Eliam mientras jugueteaba con ellos con su lengua.

– ¿Quieres besármelo? – preguntó Manuel mientras con sus ojos le señalaba todo el esplendor de su sexo inexperto.

Había que probar, pensó Eliam, sino para que estábamos acá ¿no?

– Uhmmm… No es rico pero tampoco feo ¿Te gusto? – preguntó Eliam

Ni te imaginas, pensó Manuel, y olvidándose de cualquier miedo comenzó a besarla sin tapujos mientras Eliam hacía pequeños gemidos para alentarlo. Sus manos recorrieron cada parte del cuerpo de Eliam hasta los rincones más desconocidos y con un jadeo mutuo hacían movimientos medios extraños, intentando acercarse a esas películas de adultos que habían visto antes de echarse a la cama para ver como se hacía, hasta que Manuel ya no pudo más y eyaculó dentro de ella.

– No estuvo mal – dijo ella media confusa

– ¿Mal? – dijo Manuel – Yo me sentí en las nubes.

– ¿Te nos imaginas casados ya viejos y tomados de las manos con nuestros hijos? – le pregunto Eliam mientras se cubría los senos con las sábanas y recibía a Manuel entre sus brazos.

– No – dijo Manuel en vez de solo pensarlo

– Y pensar que ya es fin de año – dijo él – Camilo y los demás me deben de estar esperando, ya es tarde.

Eliam con un gesto le indicó que comprendía que debía ir con sus amigos y ella quedarse en su cama hasta que llegaran sus padres que habían salido a una fiesta social. Poniéndose una bata transparente negra, muy sexy, de su mama se levantó y le dio a Manuel un beso tierno.

– ¿Me llamas mañana temprano, no? Recuerda que mañana es nuestro aniversario – dijo ella

Manuel no pensó ni dijo nada y solo volteó y se fue. Mientras caminaba hacia la fiesta donde estaban sus amigos, recordó el olor a leche fresca su piel y pensó que sería una pena no volver a verte.



Me casé con ella pensando en hacerla feliz y amarla por el resto de su vida, pero olvidé que la vida juega con nosotros y que mi amargura de los tiempos de joven se transmitió a ella. Con el pasar de los años me fui dando cuenta que Eliam, desde que la volví a ver, ya no me amaba y que se había casado conmigo para cobrarme todo lo que le hice sufrir. Me engañaba sin remordimiento con cuanto hombre se le cruzara, en nuestra propia cama y no tenía reparos en tener cuidado para que no la vea. Derrochaba el dinero que le daba malgastándolo en bebidas y drogas, como yo en aquellos tiempos, jugándolos en el casino o alquilando pasión en las calles. Yo sentía que no podía hacer nada y volví a repetirme una vez más que gente como nosotros no esta acostumbrada a recibir amor, gente que quedó huérfano desde pequeño y nunca conoció el amor de padres. Eliam nunca entendió porqué es que yo me comporté así con ella tanto tiempo y hasta el último día que estuvo a mi lado, antes de mandar todo al diablo y marcharse con mi dinero, me recordó que era yo el que había desgraciado toda su vida, las tantas veces que la llamé perra, las veces que la golpee, pero sobre todo aquella vez, que después de hacer por primera vez el amor, cuando estudiábamos en el mismo colegio, me marche y nunca más la volví a ver. Ahora que estoy solo en este cuarto vacío busco desesperadamente el maldito encendedor para poder prender aquel cigarrillo que guarde porque en el fondo de mi corazón sentía que llegaría algo así algún día, pero encuentro de todo menos el encendedor, incluso he encontrado mi vieja pistola de aquellos días sin rumbo. Juego con ella, puedo sentirla fría, pesada y escucho como grita que la utilice, que acabe de una vez con este sufrimiento y mientras sucede eso veo ante mis ojos de nuevo aquellos días de enamorados mientras estábamos en el colegio y el rostro adolescente de Eliam preguntándome si la llamaré mañana, el último día del último año de colegio, después de haber hecho el amor por primera vez, y como desearía haberle respondido que sí, que la llamaría para decir feliz aniversario, aquí esta el poema que te prometí, y para pedirle que aunque solo teníamos quince años quería que sea mi esposa y lleguemos a viejos juntos, de la mano y a lado de nuestros hijos, mi cachetona.

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