¿De verdad no lo sabes?

Manuel la veía llegar cada noche. Los ojos cansados de ella, se decía, sus ojos cansados y también tristes, y además su sonrisa apagada. Carolina dejaba su cartera sobre la mesita de la sala y se iba al baño a enjuagarse el rostro y quitarse un día más de sudor y suciedad.

- Ya no puedo seguir amándote, Manuel – decía Carolina -. ¿Lo sabes?

Pero no escuchaba respuesta alguna. Lo veía sentado frente a la computadora mirando la pantalla totalmente negra. Iba hacia la cocina y buscaba en la refrigeradora algo que freír o calentar. Las noches se decía, eran frías y las sábanas tan delgadas.

- Ya no debo – decía -. ¿No lo entiendes? Ya no hay historias que inventar.

Probó un poco la sopa que había recalentado y sintió nauseas. Un plato frío, espeso y sin sabor, se decía, metáfora perfecta de la vida. El tiempo pasaba rápidamente, la noche se acentuaba y las luces de las casas vecinas iban desapareciendo. Primero ella iría hacia el cuarto, se quitaría la ropa para ponerse un pijama y después se metería entre sábanas y frazadas para intentar evadir ese frío que recorría sus huesos día a día, a pesar que aún era verano y el invierno estaba lejos. Entonces después de casi una hora, cuando sus ojos estuviesen más pesados y abatidos, escucharía sus pasos precisos, calmados y cuidadosos, pero que no hacían sonido alguno. Las luces no se encenderían y la puerta no sonaría cuando se estuviese abriendo. Manuel llegaría hasta ella y se metería en la cama sin desvestirse. Ella con los ojos semi-abiertos, pretendería estar dormida.

- No debo seguir amándote, Manuel – decía Carolina
- ¿Por qué? – lo escuchaba preguntar, pero parecía que fuese el viento quien lo hiciera
- ¿No lo sabes? ¿De verdad no lo sabes? -
- ¿Saber qué?– preguntaba Manuel
- Que estás muerto – susurró

En silencio se dieron la espalda y cerraron los ojos.