domingo, marzo 21, 2010

hubieron noches,
en que tus ojos me parecieron
cartas enviadas desde muy lejos,
y yo no sabía,
qué querían decir tus palabras,
qué ocultaban detrás de aquel silencio enorme,
y es que a pesar de lo que diga la gente,
toda carta tiene una voz
y las tuyas estaban tan huérfanas,
ni susurros ni murmullos,
era como estar frente al ataúd del género humano.

***

yo quise alguna vez
a una muchacha con los senos más hermosos que he visto,
(entiéndase por esto,
grandes y suaves,
y geométricamente perfectos),
ni mis libros favoritos podían competir
con tanta perfección visual,
ni siquiera el dibujo de un ave fénix azulado
creando la mañana,
sin embargo, la sombra de un árbol podría haber resumido muy bien
el sentimiento que me causaban aquellos senos,
aunque, también, la embestida de los cuernos de un toro enorme
podría haberlo explicado fácilmente,
pero de aquella muchacha nunca supe el tamaño de sus ojos,
ni si su nariz era capaz de alargarse hasta mi vientre y tocarlo
como si fuese una mano infinita,
la mano de Dios que nos observa atentamente,
lo más certero que supe es que entre sus piernas
comenzaba un viaje largo
donde al final nos esperaba la muerte,
(y entonces pensaba: todo viaje se trata sobre alguna mujer,
al final de todo),
aquellos senos suyos antes podrían haber sido los de mi madre,
y antes los de mi abuela,
(y más antes los de Eva),
por eso cuando alguien me pregunta qué es lo que observo cuando salgo de mi apartamento,
como si saliera a cazar al medio del bosque,
e incluso me pinto el rostro como los indios antes de partir a la guerra,
yo digo que los senos,
sin eufemismos,
la busco a ella
y a todas,
cada sábado por la noche,
voy a los muros y busco su olor como un perro enamorado,
y al final,
cuando me resigno a ya no encontrarla,
vuelvo a mi cama vacía,
vacía de ella, huérfana de ella,
y me acuesto,
y cierro los ojos,
y vuelvo al tiempo en que su ojo rosado me apuntaba anhelante,
aquellos dos ojos,
y luego ya nada porque nada puede hacerse más que esperar
que anochezca de nuevo
para andar por las calles Limeñas,
mirando la luna que me recuerda la forma del amor,
pensando en cosas como: si la luna no se llamara luna y en cambio fuera
Alejandra o Cristina,
sabría que estás siempre ahí, observándome,
pero no es cierto y tú sigues lejos,
huyendo de mi corazón enfermizo,
y no te culpo,
te entiendo,
a veces cuando despierto me miro al espejo
y yo mismo quisiera huir,
estrellarme contra una pared inmensa y volverme puras letras,
una tras otra,
dejar una frase que diga:
“yo quise alguna vez a una muchacha
con los senos más hermosos que he visto”.

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