viernes, octubre 22, 2010

a propósito del clima electorero, un cuento

Plancha quemada



- Esto está quemado, compadre – dice el otro, cuando le llevan el plato y al darle la vuelta con el tenedor ve las esquinas chamuscadas, negruscas, como si lo hubiesen coloreado.
- Lo siento, compadrito, andaba pensando en otras cosas, era como estar sin estar aquí. Tú comprendes, te debe haber pasado – dice el uno, poniendo su plato respectivo sobre la mesa y abriendo una cerveza.
- Lo que yo no entiendo – dice el otro, alargando su vaso para que se lo llenen – son los resultados, ya va diecinueve días, parece que también se están quemando.
- Ni lo digas, esa carne ya no es digerible – ironiza el uno.
- Plancha quemada, compadre. ¿Tú crees que piensen que no nos vamos a dar cuenta de la plancha quemada? – pregunta el otro y después toma el primer sorbo del vaso.
- Son capaces, mira que ya bajó al 0.5%. ¿Te das cuenta? De lo que iba más de 1% ahora se tiró a la mitad y ni hablar de las más de cien apelaciones del PPC. – responde el uno, dejando ver en su rostro signos inconfundibles de preocupación.
- ¿Y el presidente qué hace? – pregunta el otro – Ayer lo vi por la televisión, estaba en el tres de octubre, asentamiento humano de San Juan de Lurigancho, dándoselas de abanderado de los necesitados.
- Ya me recuerda al chino – dice el uno -. La misma vaina, compadre, y lo peor es que siguen vivitos y coleando. Es como dice el dicho popular, mala hierba nunca muere.
- Lo peor es que García está que mete mano y cree que nadie lo ve – dice el otro, mientras corta su pedazo de carne -. Si es verdad que el espíritu de uno después reencarna en animales, ese reencarnará en un zorro, o una hiena.
- Sí, pero en un zorro de esos que le roban los huevos a las gallinas, no el de la película, la espada y la marca; aclarando – dice el uno, mientras se sirve otro vaso de cerveza.
- Y la Chu lo único que sabe es lavarse las manos, misma Pilatos – dice el otro y se ríe y se atora, toma un sorbo veloz para auxiliarse.
- Como usted bien dijo, compadre, plancha quemada, si huele a kilómetros. Que Dios nos libre del dos mil once – dice el uno, el cual se da cuenta que ya casi no le queda carne y mira la de su compadre con sumo interés.
- No me malogre la comida con esas cosas, compadre – dice el otro, que presiente que si siguen así le dará una indigestión y no podrá acabar su carne -. ¿Qué tenemos? Keiko, Castañeda, Humala, Toledo. Mejor sería hacerlos jugar al póquer y el que gana se lleva la presidencia, así siquiera sabemos que alguno sirve para algo.
- Usted lo ha dicho, compadre, y para no causarle una indigestión, mejor ni le menciono la última de García – dice el uno, con ojitos maliciosos.
- ¿Hablas de la cachetada? – dice el otro, resignado, ya sobre tierra movediza es inútil tratar se safarse.
- Así es, compadre – le dice el uno, y sus ojos brillan sabedores de haber logrado su cometido -. Es que hay que entender, este no es un país de maricas.
- Pero si de rateros – dice el otro, disgustado, apartando su plato hacia el medio de la mesa -. Preferiría que sea de maricas que de lo otro.
- Tiene razón, compadre – dice el uno, hace una pausa, ladea de aquí para allá su vaso de cerveza lleno hasta a la mitad y luego pregunta: ¿Va a terminarse esa carnecita?
- No, tómala si deseas – responde el otro, después coge la cerveza, se sirve un vaso lleno donde la espuma imita una corona blanca y comienza a pensar en Pilatos, maricas, indigestión, ladrones y póquer. Por último, piensa plancha quemada, que ya van diecinueve días, y sabrá Dios cuántos más pasaran, desde que sucedieron las elecciones y la plancha no deja de oler a quemado cada vez más. Alguien tendrá que desconectarla, se dice y luego se toma el vaso de un solo golpe mientras piensa que su compadre tiene más estómago para las cosas, pues ahí lo ve de lo más feliz disfrutando la carne. Es como mi padre, se dice finalmente, él sabía separar la comida de las demás cosas. Primero uno come, después se molesta, era su sabiduría.

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