lunes, febrero 28, 2011

esta oscura necesidad de transformarnos ahora nos duele,
de ser yo árbol en pleno otoño
- árbol deshojado,
avergonzado de su desnudez inevitable -,
y tú pantera cuando anochece y la luna se vuelve un labio partido
que sangra leche derramada,
esta necesidad romántica, impresionista,
de expresarnos como si estuviésemos dentro de un cuadro
nos sigue a todas horas,
nos persigue como una ecuación matemática, precisa,
que no hace más que recordanos nuestro inevitable destino:
ser un paisaje para que otros nos miren;
y yo me pregunto: ¿dónde quedaron nuestros cuerpos humanos?,
esos que usamos alguna vez para ensayar el extraño arte de amar,
para tomar una tacita de café mientras mis ojos negros
miraban el follaje espeso de los tuyos,
¿dónde?
duele, ahora, amarnos para otros y ya no más para nosotros mismos,
que nos lleven de galería en galería,
de casa en casa,
que nos cuelguen en las paredes de los colores y tamaños más diversos e imposibles,
duele, todo duele,
y pensar que todo comenzó como un juego de niños,
cuando cogíamos las tizas y mi madre nos decía que dibujáramos algo,
entonces yo cogía la marrón y pintaba un árbol desnudo, deshojado y triste,
tú tomabas la negra y blanca,
y hacías nacer una pantera con una media luna en el vientre,
lo demás era azul,
el horizonte completo, el mundo entero azul,
y el amor era lo más simple posible:jugar a que pintábamos,
sólo eso,
y nada más que eso.

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