martes, junio 21, 2011

la mañana de un año lejano que aún no alcanzamos,
de boca de sapo,
de piel de ramera, sucia, desahuciada,
con nariz de polizonte:
la mañana que pocos podrían querer,
yo la quiero;
aquella mañana que me recuerda lo inexorable,
que anuncia con su voz de trompeta ciega al oído,
susurrando,
¿acaso hay alguna razón para confiarse al futuro?
yo podría enunciarle dos de ellas con mi corazón mirando la ventana abierta
hacia una ciudad abandonada,
esa ciudad que es la que me acoge,
que la acoge a ella,
a ambos,
mientras una canción dice en la radio:
¿ mi amor, un tango,
a pesar que ambos nacimos con los dos pies izquierdos?
y la izquierda de mi padre,
perdónenme mencionarlo,
es imposible evitarlo,
aquella izquierda que ya no es más un fénix,
no más un minotauro bello,
príncipe Asterión,
heredero de Minos,
sino un pichoncito feo,
muy feo,
chiquitito,
doblemente feo y chiquito,
quizás pichón de gallinazo limeño,
que lanza grititos agudos desde alguna barra de algún bar del inframundo,
(ese círculo del infierno que no mencionó Dante donde van a parar todos los fracasados);
una mañana terrorífica,
doliente,
cruel,
que me observa con sus dos grandes ojos de basilisco,
fríos,
filosos,
que gritan desesperadamente la triste soledad de la espada que ha perdido su vaina;
esa mañana, señores, yo la quiero,
la pido para mí,
la reclamo como un rey al trono prometido por la sangre derramada,
como una virgen el paraíso prometido en las páginas santificadas,
como un ciudadano las promesas de su candidato electoral;
la reclamo porque es mía,
porque está ella,
porque aún sigue ella,
porque no le temo al perro guardián del destino
(aquellos que muchos llaman Dios);
yo tomo aquella mañana que me espera,
te tomo a ti que estás dentro de ella;
a ti y toda la ciudad entera,
que no es más que mi corazón reflejado sobre un lienzo grisáceo.

No hay comentarios.: