miércoles, agosto 10, 2011

yo sé, no es necesario que lo digas, que hables del tiempo y la inevitabilidad de las cosas, de la aritmética, del uno más uno, de las órbitas y el universo, ése mismo donde ambos cabemos, pero de una única forma: donde somos cara y sello, es decir, estamos juntos pero nos es imposible poder vernos, y cómo pueden amarse dos personas que no se miran nunca. y para qué existen los ciegos, corazón, sino es para demostrarnos que los ojos son un instrumento prescindible, mientras tengamos un poco de piel contra la cual frotarnos (así sea tan sólo la de nuestras espaldas, y la tuya, especialmente, que tiene esa vocación tan de analgésico, de pomada vick vaporub en latita), y nuestro olfato siga intacto, habrá la esperanza del amor. y yo sé, el idealismo se me desborda, la cursilería de esquina, de algodón de azúcar para niños, de adoquín barato que vendían en la tienda del viejecito con lentes poto de botella cerca de casa. y no, no es culpa de nadie, aunque quizás sí un poco de mamá y sus fotonovelas, el pelo largísimo y el frenesí beatlemaniaco, o papá con los fusiles y su canto revolucionario, su alma de bolero y tango de los de Gardel, Lucho Gatica, el Zambo Cavero y otros más que ya se nos han ido muriendo con el tiempo. y yo sé, ya te lo dije, sé que el verdadero problema de la mirada no es que no podamos vernos. el problema es que tú miras un horizonte en el cual yo no me dibujo, donde no existo, donde vive la sombra de otro y no la mía. ¿qué se puede hacer contra aquello? miramos dos horizontes distintos, dos lados del mundo que jamás van a encontrarse, y, sin embargo, explícame de dónde sale toda esta esperanza, todo este idealismo y esta fe en algo más imposible que el mismísimo Buda. será porque somos dos partes de un mismo cuerpo y sino estuviéramos juntos seríamos dos pedazos de plata sin valor alguno. ¿lo entiendes? mi valor reside en ti y me aventuraría a decir que viceversa, pero tú sabes, es algo que jamás diría (pero que te susurro como un fantasma que va a hablarle a su vivo cuando todo anochece y está sobre la cama, al borde del sueño, en la frontera del mundo real y ese espacio onírico donde la geometría y las leyes físicas se deshacen y todo se vuelve posible). hay otro en tu horizonte, yo lo sé, ratita, animalito inquieto, desde que te vi aparecer por primera vez en aquel verano que se acababa, tan parecido al de ahora, mientras te esperaba en la banca de siempre con otras tres personas más que también esperaban, seguramente, a una mujer, un hombre, y talvez alguno al destino. a mí llegaste tú, que resultaste ser aquellas tres cosas en una sola. ¿quién iba a pensarlo? en aquel momento ni lo sospechaba, no entendía aquella trinidad oscura que llevabas escondida bajo la capa de tu piel y de tu risa coqueta. quizás, con el primer abrazo fui entendiéndolo, aunque primero de manera ingenua (que es como se llega a atrapar a los peces que viven en el mar, lanzándoles una pequeña carnada, la que muerden y entonces ya todo está perdido). después, ya cabalmente, confundido, aterrado, el amor había lanzado otra vez su caña y la carnada no habías sido más que tú misma ofreciéndote en sacrificio como una virgen para algún Dios macabro. y ahora míranos, estamos acá, yo escribiéndote todo esto, obsequiándote cada palabra, cada espacio vacío que es como mi silencio, ése que ya conoces de sobremanera y que es tan frecuente en mí porque ya sabes, más que hablar lo que quisiera hacer es posar mis labios sobre los tuyos y ensayar eso que los que se quieren llaman besarse. ya sabes, ya te hablé de esta cursilería, de mi instinto de gato, de ronronear y desenvainar las garras después de la media noche, las ganas indecibles de frotarme una y otra vez contra tu piel canela, piel campo de café, campo de trigo con sabor a puerto pesquero. ya sabes, y las horas pasan, y la imagen de moneda vuelve a mí una y otra vez, y también el horizonte, los distintos horizontes, la sombra que no es la mía, el pasado que te absorbe y al cual te aferras como si tus últimos cinco dedos se sostuvieran desesperadamente de alguna nube que se va borrando. y, sin embargo, mírame aquí, con la esperanza en vela, terca y bruta como un cíclope, como un coloso que se niega a desaparecer por más que los libros ya no hablen más de ellos. así mi amor, mi esperanza, este corazón que hace un bum, bum, bum, tan de nosotros, tan de un tu y yo solamente. así te quiero, así mi amor bandera torpe, desvencijada, que se levanta en una tierra incierta, peligrosa: la tierra de tu vientre, de tus muslos de diosa azteca. así la despedida, el término de esta carta. así un adiós que no significa otra cosa más que un hasta luego, voy para volver toda la vida porque el norte es ahora tu imagen, tu recuerdo, tu ojo de medusa que captura la esencia de los instantes de la vida para hacerla suya y estamparla en una fotografía. así mi destino, en tus manos. así yo como un hombre de las cavernas danzando en círculos y tú el fuego sagrado que se levanta al medio. así, una vez más, finalmente, mi cariño torpe, mi ingenuidad exasperante, mis celos de oso enamorado. así mi amor sincero, mi amor de cebolla, la que debes pelar siempre con mucha agua a lado para que las lágrimas no comiencen a escapar desesperadamente de tus ojos y esta ciudad no se vea, de un momento a otro, completamente inundada, animalito, diosa de la lluvia.

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