hoy el cielo
se ha vuelto
un gran espejo
y rebotan
mis palabras desoídas cuando te digo:
quiéreme
hasta la médula,
empalaga tu
blusa de atardeceres,
hay una playa
llena de nuestros pasos
que
visitamos cuando infantes,
mi sombra
más la tuya
hacen el
número perfecto
que espanta la
cucufatería
y tu sexo
esplendoroso
que se abre
no como una flor
sino como un
niño que clama hambre…
mi amor
nunca entendiste
que yo tenía
que quererte con uñas y dientes
porque cuando
me hablaron del amor
mamá
preparaba la comida y cortaba la cebolla,
y yo pensé
que era la cebolla la que lloraba por ella,
y que Cristo
debió haber sido también una cebolla
que lloraba
por la humanidad entera,
y que el amor consistía en eso,
en llorar y sufrir por los pecados del hombre,
por el amor de una mujer,
hasta derramar la última gota
o cortarnos el dedo con el cuchillo.
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