viernes, setiembre 07, 2012




A veces te veo,
estás en la punta de mi lengua,
tus cuatro sílabas se alinean cual planetas
en el preciso momento en el que al chico del horóscopo, en su oficina,
se le cae un terrón de azúcar y piensa
que aquello es el signo inequívoco del fin de todo lo dulce
 al día siguiente la gran calamidad sale publicada:
las señoras gordas se sienten desesperadas,
algunas se desmayan, otras corren a las panaderías a abastecerse de las últimas tortas;
el panorama general se vuelve sombrío,
menos los diabéticos que comienzan a recuperar la fe en Dios y comenzar una juega infinita,
¡milagro! –;
todo esto estando aún en mi lengua,
al filo del abismo, en el borde, el margen,
donde se encuentra la mayor parte de la población de este país,
m a r g i n a l i d a d,
suena en la radio y nosotros pensamos en un tango de Gardel,
tomamos un poco de aguardiente,
hace frío en Lima, carajo,
de tu boca a mi boca,
de mi lengua a tu lengua,
paro una combi: “¿cincuenta acasito nomá’, entre el diente marfil y la lengua rosada”,
fuera de servicio;
los emolienteros invaden las avenidas,
ya ha amanecido,
yo te veo y me digo: “estás en la punta de mi lengua”,
cuando pueda pronunciarte,
cuando pueda nombrarte,
te despides,
y yo te tengo en la punta de mi lengua,
me das la espalda,
tu gloriosa espalda,
y yo te tengo en la punta de mi lengua,
¿es que acaso no me oyes?,
estoy tocando tu puerta,
hace frío en esta ciudad,
viejos sucios duermen sobre el asfalto,
los miro,
sé que también tienen tu nombre en la punta de mi lengua;
me echo,
silencioso,
al lado de uno de ellos,
acepto la caña que me invita:
enjuago tu nombre,
tus cuatro sílabas son más dulces mezcladas con licor barato
(cierro los ojos).

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