sábado, junio 02, 2007

Suicidios

No importa quien seas, si me conoces o no, si has escuchado alguna vez mi nombre o la edad que tengas, mi único propósito es que leas lo que tengo que decirte y que entiendas que no lo hice bien y que le pido perdón. Entiende que Raquel no fue asesinada como la policía quiere hacernos creer y lo sé, créeme que si, porque yo la mate y me aseguré de que estuviera bien muerta y no pasara como ha pasado otras veces que se levantan de la tumba, te persiguen hasta la cama y te jalan de los pies hasta lo más profundo del inframundo. Pero no te equivoques, estoy confesando que yo la maté pero no la asesiné ¿entiendes? Talvez pienses que cómo diablos es eso pero así es, porque cuando yo vi sus ojos por última vez supe que ella quería morir de una forma u otra, a manos mías y que siempre me estaría agradecida, por eso lo hice sin culpas ni remordimientos, con la conciencia limpia. Seguro si ves en las noticias te dirán que es un de los asesinatos mas crueles y sangrientos del siglo, que no se han podido encontrar los ojos de Raquel, ni sus dedos, ni su cabello, ni su nariz, ni su piel y que solo la reconocieron por los trozos de cabello en el piso que tuvieron que analizar, pero es que ellos no entienden que así lo quiso, me lo rogó por horas y al final acepte hacerlo. Primero tienes que saber que Raquel no era como nosotros, aunque pequeña tenía unos ojos fieros y de temer, su piel suave y blanca contradecía su fuerza y aunque solo tenía 17 años ya tenía el cuerpo de una mujer, y es por esto que me fije en ella porque si lo hubiera sabido antes jamás me hubiera acercado a ella por mas lujuria que me inspirara. No intentes averiguar su apellido pues ni yo lo supe nunca, lo más íntimo que averigüé de ella es que no solo parecía ya una mujer, ella gozaba como mujer, hablaba como mujer y se movía en la cama como una pantera. Me acosté con ella sabiendo su edad, no lo voy a negar, pero nadie podría haberle dicho no nunca y yo hasta el final, hasta en lo que sucedió, no pude negarme. Ella me confesó que yo no era el único, que había otros pero no como yo me lo imaginaba, no otros de la mano con ella en las mañanas o en las tardes, no otros frente a sus madre y hermanos y en la foto familiar, eran otros en la cama y en la tumba, aunque mejor me ordeno sino no entenderás nada. La conocí en una de mis clases de la Universidad, yo dictaba Ciencia Política y conforme fueron pasando los días ella se acercaba a mi y conversábamos de las clases, de su vida, de la mía y para cuando me invitó a salir a una fiesta me di cuenta que estaba enamorado, como un chiquillo, incluso más y no pude negarme. Ella se encargo de todo, ella bebió los tragos, ella bailó provocativamente, ella se puso un escote pegado y una minifalda negra, y ella me tiro sobre la cama, yo solo tuve que bajarme el cierre y obedecer lo que el momento y ella pedían, sin reparos por su edad o por mi esposa que me esperaba en casa para calentarme la cena. Desde ahí acostarme con ella se hizo costumbre, las conversaciones sobre política se iban relegando cada vez más para tareas de casa y la última vez que nos referimos a política fue para expresar el asco que nos daba el gobierno del señor Alan Gracia. Pero a la vez que descubrí secretos que guardaba su cuerpo también supe que ella compartía conmigo ciertos desprecios. Aunque yo jamás se lo había mencionado ella una vez me dijo que al igual que yo las personas le daban nauseas y que solo las utilizaba para sus objetivos. Me dijo que sabía que yo estaba casado solo para cumplir con las normas sociales y que eran raras las veces que eyaculaba en mi mujer y que por eso no tenía hijos. Usted pensará que eso solo era producto de una mente desarrollada capaz de realizar análisis complejos pero no, porque yo sentía que ella lo sabía porque sí, porque podía sentirlo. Durante esas noches en la cama con ella conversábamos sobre mi vida y mis metas, sobre lo desgraciado del mundo, del país, pero nunca sobre ella. Nunca me atreví a preguntarle sobre su intimidad pues sabía que no me respondería y solo me contente conociendo más a fondo las curvas de su cintura, los lunares sobre su piel y los puntos que le arrancaban gemidos. Una de esas noches, en uno de esos hoteles baratos que nos veíamos obligados a entrar para que nadie conocido pueda identificarnos, me dijo mientras fumaba un cigarrillo que se había enamorado de mí sin hacer un gesto, sin sonreír, sin llorar, sin inmutarse, como si amor fuera una palabra muy usada de su vocabulario. Le respondí que yo desde hace meses, que era incapaz de decírselo porque sabía que ella no le daría importancia y que se daría media vuelta como si nunca hubiera escuchado nada aunque en mi mente pensaba ¿de verdad esto era amor? ¿esta especie de relación degradada y prohibida? ¿esta sensación de no saber porqué ni a donde vamos ni que pasará después? Raquel solo fumaba sin mirarme y al terminar su cigarro se paró, fue hacia la ventana, lo botó, volvió a recostarse y se tapo con la sabana, yo creí que ya dormiría y la imité.

Son las tres – dijo mientras se sentaba al borde de la cama – aún tenemos tiempo.

Se levantó y mientras se vestía me dijo que hiciera lo mismo, que nos quedaba poco tiempo y poniéndose encima ese chaleco negro corto que le quedaba tan bien salimos. Me dio una dirección que yo no conocía muy bien y dijo que fuera lo más rápido que pudiera, que no preguntara nada, una vez ahí lo entendería todo. Todo el camino no dijo palabra alguna, se la paso mirando por la ventana hacia la calle, susurrando una canción que yo no conocía y fumando uno y otro cigarrillo. Cuando llegamos, a un barrio pobre y de mal aspecto, se bajo sin decir nada, fue hasta la puerta de una de las casas y comenzó a fumar mirándome a los ojos, esperando a que la siguiera, sin decir nada. Me acerque a ella y trate de tomarle las manos pero no se dejó solo fumaba sin dejar de mirarme, con el cabello desarreglado por el revolcón en el hotel, tuve que aceptar que se veía mas sexy que nunca aunque un sentimiento de compasión hacia ella me invadía.

No se porqué – me dijo – pero ya es hora de acabar con esto, no se porque…

Sin saber porqué recibí una cachetada fuerte pero no me inmuté, ella dio media vuelta y abrió la puerta, entramos y la cerró con llave. Aunque todo estaba muy oscuro pude notar claramente la sangre regada por el piso y pude sentir las nauseas que provocaba la peste de la orina que estaba impregnada en todo el lugar. Traté de retroceder un paso pero una de sus manos no me dejó y me hizo avanzar hasta la cocina donde pude ver una gran cantidad de cuchillos y muchos de ellos bañados en sangre. A pesar de esto no sentía miedo, su mano entrelazada con la mía me decía que no me haría daño.

Mi padre me trato como una zorra y me violo durante muchos años, – me dijo mientras agarraba un cuchillo y miraba al suelo – cuando cumplí 15 lo maté y he matado a cada viejo que se ha acostado conmigo pues cada uno me recuerda a mi padre, excepto tu.

No lloraba, no temblaba, jugaba con el cuchillo con inocencia mientras me decía que a mi no podría matarme, que esta vez las cosas serían distintas. Puso el cuchillo en mis manos y comenzó a desnudarse hasta quedar como la tenía cada viernes por la noche en un hotel y me pidió, sin que se le cortara la voz en algún momento, que la matara. No tuvo que decirme que era la única salida para acabar con el sufrimiento de saber que has matado muchas personas, que tu padre desgració tu vida para siempre y que era el camino más corto para llegar a la felicidad si es que existía. Aunque no lo decía con sus ojos me suplicaba que terminará todo de una vez, que la dejara ir así extrañara su piel por las noches, porque la amaba por eso mismo debía dejarla ir, debía hacerla feliz.

Que extraño es el amor – me dijo.

No le respondí nada, el filo brillante del cuchillo invadía mis ojos y una curiosidad por sentir la sensación de llegar hasta el fondo de su cuerpo se impregnaba en mí. Avance hacia ella y lentamente cortándole el brazo podía ver como la sangre comenzaba a correr de a pocos, pero ella no lloraba ni se quejaba, sonreía.

No dejes recuerdo de mí – me dijo – quítame todo, que nadie me reconozca.

Corté sus cabellos con delicadeza y no me gustó, la prefería con su cabellera. Rasuré los cabellos de su sexo, me excite y pensé en disfrutarla una vez más pero la melancolía en sus ojos me lo impidió, le dije que cerrara los ojos y agarrándole fuerte una mano le corté el cuello. La sangre que salía era tan abundante que la pintó de un rojo hermoso, desee tener una cámara para capturarla en su momento mas bello en el que pasaba a la inmortalidad, a ese cielo donde solo unos cuantos llegaban. Demoré horas haciendo lo que ella me pidió, sacándole la piel y los ojos, la nariz y todo lo que pudiera hacer que la reconozcan pero deje caer pedazos de cabello y es por eso que escribo todo esto y lo dejo cerca del lugar donde la encontraron para que haya un testigo de que me estoy disculpando y así, cuando la vuelva a ver en la muerte, ella me crea y me perdone mientras fuma un cigarrillo. Seguro estarás pensando que soy un desgraciado, si eres un policía dirás que soy un enfermo, pero entiende algo, tonto, Raquel no era como tu ni como yo, murió feliz y en brazos de quien amaba y si piensas que nada de esto tiene sentido es porque quizás Raquel nunca existió, como ella tanto lo quiso.

1 comentario:

Manongo Blue dijo...

quisiera desaparecer asi sin dejar rastro.. pero si lo hiciera seria cobarde x escapar de aqui...