viernes, noviembre 05, 2010

ayer he imaginado que subía a mi caballito
y que me iba por esos caminos andinos
que no conocen huellas de carros,
caminos vírgenes,
así como los de la muerte
donde sólo se ven huellas de zapatos,
sandalias o pies desnudos;
mi caballito y yo íbamos por uno de esos caminos,
vámonos para el sur, caballito, a esas tierras frías de los Andes,
allá llueve, me decía Mario, demasiado frío, no seas loco,
sin embargo,
¿acaso la muerte nos pregunta si es frío el camino
cuando viene por nosotros?
y tú te has ido y yo le he dicho a mi caballito,
viejo, hay que ir, si el inframundo o lo que sea, la traemos,
mi caballito me ha sonreído, tiene la sonrisa de mi viejo y está viejo,
temo que cuando lleguemos ya no quiera volver
y prefiera quedarse a descansar en esas mansas tierras,
siempre me ha sido fiel, no puedo reclamárselo,
está cansado, como tú, como yo, cansados,
por eso pocas veces monto a mi caballito,
prefiero ir danzando, a la deriva,
ser un navegante sin brújula,
tú que te has escapado como una palabra que se esconde,
¿es que no te das cuenta?,
esa palabra hace falta para el poema,
y aquí nos tienes, mi caballito y yo,
en una odisea poética,
buscando el último verso y entonces poder recitarlo y que no importe que no haya aplausos;
la última palabra,
tendré que tomarte,
con mi facón rasgar tu vestido,
así, exactamente, forzándote, despiadado, sin escrúpulos, el amor salvaje,
tomar la palabra que se esconde entre suaves, geométricos bosques negros,
y al final despedirte con una caricia,
duerme ya niña pequeña,
duerme ya Alejandra,
al amanecer si mi caballito se ha marchado
te echaré sobre mis hombros
y emprenderemos el camino de vuelta a casa.

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